Hace mucho no me sentaba a escribir. Hace tres años dejé de escribir. Deje de escribir cuando me rompieron el corazón. Empecé a llorar y dejé de escribir.

Lloraba en el Transmilenio, haciendo fila en un banco, batiendo los huevos para el desayuno y en la lavandería esperando mi ropa limpia. Una vez lloré mientras el odontólogo revisaba mis dientes. Otra vez, antes de entrar a un concierto de rap. Y otra vez, limpiando el polvo.

Empecé a llorar solo por el hecho de respirar, estaba muy rota, me había dejado quebrar y parecía casi imposible volver a reponerme.
Las lágrimas que derramaba me hacían más y más débil. Me sentí fuera de mi cuerpo, fuera de mi vida. Sentía que no era vida si él no estaba conmigo. ¡Tremenda perdedora! Me repetía y mi corazón se iba fracturando un poco más.
Un corazón roto es un arma letal, maluca y que huele a feo.
Mi corazón roto llegó a pesar y a herir tanto, que dejé de escribir por empezar a llorar.